Los seis blancos de la desinformación en Venezuela

Política, salud, ambiente, estafas, inseguridad y servicios públicos son las temáticas más comunes entre las 489 verificaciones publicadas por Cocuyo Chequea en los últimos cuatro años.

Por Jeanfreddy Gutiérrez Torres y Paula Andrea Jiménez

Ha irrumpido con fuerza en nuestra vida privada. Se ha instalado en las demás esferas de la cotidianidad, desde el chat familiar de WhatsApp hasta las conversaciones en el transporte público. La desinformación no deja resquicio por el cual no entre y se enquiste. Cual monstruo de mil cabezas se arraiga y muta con una soltura asombrosa.

En un mundo marcado por las comunicaciones a través de la tecnología digital, la desconfianza en los líderes y las instituciones, el contenido engañoso ha encontrado una incubadora perfecta y veloz, que dificulta la verificación y la corrección de contenidos.

Pero, ¿qué la hace tan viral?

En el año 2020 cuando la humanidad no solo se enfrentaba al brote del COVID-19, del que poco se conocía, paralelamente se desarrollaba otra pandemia que hacía exponencial el pánico: la infodemia, que se definió como una cantidad de excesiva información (errónea o  no) que dificulta que la personas identifiquen fuentes confiables frente a un hecho y en la que los rumores y las desinformaciones se propagan precipitadamente. 

Tras darle nombre, la Organización de Naciones Unidas (ONU) tuvo que emitir alertas al respecto, la Organización Panamericana de Salud elaboró una guía informativa y la Organización Mundial de la Salud (OMS) dedicó equipos que trabajaba con Facebook, Google, Pinterest, Twitter, TikTok y YouTue, para el rastreo de rumores sobre el origen, curas, tratamientos e incluso existencia del virus Sars-CoV-2, los cuales fueron propagados hasta por jefes de Estado.

Un análisis estadístico de las 489 verificaciones o factchecks publicadas por Cocuyo Chequea desde marzo de 2018 hasta noviembre de 2022 permitió hacer un mapeo de los principales blancos de la desinformación en Venezuela.

Cuidado, lo quieren engañar

La política es el principal objetivo de la desinformación en el mundo, y también en Venezuela. En la base de datos de Cocuyo Chequea, 234 chequeos ocuparon esta categoría, casi la mitad del repositorio.

En segundo lugar está la salud con 165 y le siguen estafa, ambiente, servicios e inseguridad, que en conjunto sumaron 69 publicaciones.

Poniendo lupa en las 234 verificaciones políticas, destacan las siguientes subcategorías: pro-gobierno (65), anti-gobierno (34), elecciones (13), anti-oposición (13) y migración (12).

Sin embargo, categorizar la desinformación resulta un ejercicio con limitantes, pues buena parte del contenido cabe en varias categorías. 

Por ejemplo, cuando la administración de Maduro exageró datos de reservas mineras del país o la denuncia errada sobre la explotación de coltán en Mérida, la promoción internacional de la hidroxicloroquina como cura del COVID o la presunta inminencia de la invasión de Estados Unidos a Venezuela que mezclaron ambiente, salud, política y ciencia.

Lo mismo se puede decir de categorías como estafas, advertencias de seguridad o los discursos antivacunas. Bien sea la falsa promoción de ayudas oficiales como Mi Casa Bien Equipada o ayudas de la UNICEF durante pandemia, la falsa mortalidad acelerada entre quienes se inmunizan contra el COVID o ola de secuestros de niños, en estos mismos contenidos pueden encontrarse argumentos políticos, teorías de conspiración o descontextualizaciones de sucesos reales. 

La intención última de la desinformación es engañar, confundir o paralizar, bien sea apelando a la tradición como superior a lo moderno, al temor o al prejuicio sobre grupos sociales minoritarios o tocando teclas emocionales al invocar terremotos, medicamentos dañinos o corrupción. 

Sin embargo, no es tan sencillo entender quiénes realmente están detrás ni con cuáles objetivos.

También vale destacar la circulación transfronteriza de la desinformación. No sólo las curas milagrosas para el COVID, sino teorías de conspiración sobre una presunta ideología de género, la “élite satánica de gobernantes” que gobierna el mundo secretamente, la muerte de la Reina Isabel de Inglaterra, la guerra de Ucrania o el fraude en Brasil fueron compartidas entre venezolanos.

¿Veo y creo solo lo que quiero?

Los usuarios de las redes sociales no solo las consumen de forma pasiva, sino que también producen y hacen circular memes, videos, audios y textos, por donde se cuela la desinformación. 

El factor humano es clave y la tecnología lo sabe.

Diversos estudios y documentales han explicado cómo los algoritmos de estas plataformas se aprovechan de nuestros sesgos cognitivos, los cuales juegan un papel fundamental en la percepción (distorsionada o no) de la realidad, reproduciendo más del contenido que nos lleva a pasar más tiempo en pantalla, sean verdad o no.

Sesgo de confirmación: doy por cierto aquellos datos o hechos que respaldan la opinión que ya tengo sobre algo y desecho las que lo contradicen, sospechando de su confiabilidad.

Sesgo de autoridad: se tiende a favorecer la hipótesis u opinión dada por una persona, por ser quien es y favorece la ausencia de un pensamiento crítico frente a sus ideas. 

Sesgo de arrastre: creer algo porque mucha gente dice que lo cree o que sí está sucediendo.

Emociones y desinformación

El uso de las emociones para manipular la información se remonta a varios siglos. Cómo éstas se relacionan con los recuerdos y las decisiones han sido tratadas en películas animadas como Ratatouille e Intensamente, así como estudios académicos han encontrado una relación estrecha entre sesgos cognitivos, emociones y desinformación, que tiene una aplicación tan universal como la raza humana.

En el libro “Expresión de las Emociones en los Animales y en el Hombre” publicado en 1872 por el naturalista Charles Darwin, más conocido por la Teoría de la Evolución, detalla cinco emociones humanas “cardinales”, que se expresan de forma casi idéntica a pesar de diferencias geográficas, históricas o culturales y son:

– sorpresa, miedo, alegría, rabia o repulsión y tristeza. 

Dos siglos después, el profesor español Miguel Del Fresno en su trabajo “Desórdenes informativos: sobreexpuestos e infrainformados en la era de la posverdad” (2019) define la posverdad como “la subordinación y reorganización de los hechos desde una voluntad ideológica y política (…) basada en las emociones políticas” asegurando que las narrativas de los nuevos populistas se basan en que “si las emociones son reales, los hechos que las provocan, los desórdenes informativos” deben ser reales.

Esto también sucede en Latinoamérica. El investigador colombiano César Augusto Tapias Hernández, de la Universidad del Norte, en Barranquilla, encontró cómo “medios tradicionales como la televisión y sus estrategias de persuasión narrativa, proporcionan a sus audiencias, materiales (falsos) para la construcción (sesgada) de noticias (falsas), mientras emocionan al público, lo que genera beneficios políticos y económicos para el medio, el grupo económico del que hace parte el medio, y el candidato presidencial que el grupo respalda”.

Como un nuevo viaje de Darwin, tres verificadoras de noticias de Latinoamérica, África y Europa se juntaron para entender cómo se distribuía la desinformación en Argentina, Nigeria, Sudáfrica y Reino Unido.

Así encontraron que las personas de más de 65 años y menor nivel académico son las más propensas a confundir hechos y opiniones, pero que todos somos vulnerables a la desinformación. 

Por ejemplo, los adultos jóvenes con títulos universitarios son más propensos a publicar desinformación política aún sabiendo o sospechando que es contenido falso, pero que coincide con las ideas que cree importantes defender o promover, lo que se llama sesgo de mundo justo.

Interés político

Así que la premisa del voto emocional cobra más sentido en un mundo de posverdad. 

Nuestra realidad está moldeada por los contenidos que vemos en redes sociales, presentados ante nuestros ojos según la información que hemos brindado sobre nuestros gustos, preferencias y hábitos de consumo en Internet.

Es como si la propaganda política se nutriera de la encuesta más grande del mundo: lo que nuestro celular sabe de nosotros, incluyendo horarios de comida y sueño, cuánto tiempo nos quedamos mirando una fotografía, dónde vamos, a qué velocidad y si nuestros hábitos se modifican según la hora y el día de la semana. 

Los estudios coinciden además en señalar que para nosotros, las audiencias, el problema de la desinformación nunca es propio, son los demás quienes se dejan engañar. Y por eso es tan difícil detectarla y combatirla.


Este trabajo forma parte de las entregas de la Coalición Informativa “C-Informa”, equipo periodístico venezolano que tiene como objetivo hacerle frente a la desinformación y está integrado por Medianálisis, Efecto Cocuyo, El Estímulo, Cazadores de Fake News y Probox con el soporte del Consorcio para Apoyar el Periodismo Independiente en la Región (CAPIR) y la asesoría de Chequeado de Argentina y DataCrítica de México.


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