El editor del portal La Patilla fue apresado por hombres que aparentemente forman parte del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional el pasado 20 de febrero. Desde entonces, no se sabe con certeza dónde está, ni de qué delito lo acusan. Su caso califica como una desaparición forzada
La Hora de Venezuela
Rory y Alejandra* no pasan un solo día sin hablar largo. Sobre el trabajo, sobre la serie que están viendo, sobre sus vidas, sobre el país, sobre cualquier cosa. Se conocieron un tiempo atrás gracias a una amiga en común. Tan pronto comenzaron a hablar, hicieron clic: se dieron cuenta de que congeniaban en muchas ideas. Eso los hizo inseparables. Llevan más de una década siendo casi hermanos.
Últimamente, cada jueves y cada martes, a las 6:00 de la tarde, sin falta, Rory la llamaba mientras esperaba a que su novio saliera de un curso de italiano. Esa llamada que se hizo habitual, dos veces por semana, era un alto en sus ajetreadas rutinas.
Pero la tarde del jueves 20 de febrero fue distinta.
Transcurrían los minutos y nada que la llamada ocurría. Alejandra pensó que algún inconveniente de última hora había retrasado la puntual llamada de Rory. No le dio mayor importancia y siguió esperando. Pero esperó y esperó y el tiempo siguió corriendo y el celular no sonó.
¿Habrá pasado algo?, ¿algo malo?
Al rato, el teléfono repicó.
Qué alivio.
Se asomó a la pantalla y no, no era Rory, sino la mamá de él.
Le pareció extraño y atendió de inmediato:
—Señora Ana, ¿cómo está?, ¿pasó algo?
No, tampoco era la señora Ana.
—Ale, a Rory se lo acaban de llevar detenido —dijo Marcos, el novio de Rory.
Alejandra, súbitamente, se desbordó en lágrimas. ¿Pero qué pasó?, ¿cómo es posible? Conforme hacía preguntas se alteraba más. Marcos, del otro lado del teléfono, trataba de calmarla. Y le explicó lo ocurrido: iban en el vehículo de Rory por Macaracuay, en el este de Caracas, cuando de pronto dos motorizados armados, vestidos de civil, los interceptaron.
—¿Tú eres Rory Branker? —le gritó uno de ellos.
Él respondió que sí, e inmediatamente le dijeron que estaba detenido.
Sin mostrarle orden de aprehensión alguna, uno de los hombres se subió al carro, tomó el volante, le pidió a Rory y a Marcos que se pasaran a la parte de atrás, y arrancó.
Mientras, el otro funcionario los seguía en una moto.
Recorrieron la autopista Francisco Fajardo hasta el cruce hacia Plaza Venezuela, donde los esperaba otro vehículo. En ese punto, dejaron ir a Marcos, no sin antes decirle que llevarían a Rory al Helicoide, sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin).

Rory Branker tiene 46 años de edad. Es periodista, editor e internacionalista. Trabaja en el medio digital LaPatilla.com, fundado por Alberto Ravell, quien en 2015 fue demandado por Diosdado Cabello alegando “daños morales”. Luego de esto, un tribunal le impuso a Ravell una multa de 32 millones de dólares. Los directivos de LaPatilla.com decidieron resguardarse en el exterior y allá siguen.
Y ese contexto es necesario porque, poco antes de aquel jueves 20 de febrero en que se llevaron a Rory, Diosdado Cabello se había referido nuevamente a Ravell: lo señalaba de haber recibido fondos de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), a cargo de distribuir la mayor parte de la ayuda exterior, y que recientemente fue intervenida por la administración de Donald Trump.
Ser nombrado por altos funcionarios del chavismo en televisión nacional suele ser una alerta, un llamado de atención, una señal de que desde el oficialismo te están viendo. Pero Rory no sospechó que irían contra él. Sabiéndose un periodista más bien de bajo perfil, se quedó tranquilo.
Sin embargo, más de uno sí divisó en el horizonte el presagio de lo que se avecinaba.
Alejandra, tratando de hallar respuestas a la detención de su amigo, comenzó a preguntar a residentes y encargados de la vigilancia de la urbanización donde vive Rory. El portero y varios de los vecinos le confirmaron que unos hombres de negro y armados habían estado preguntando por el periodista un par de días antes. Que sospechaban que eran funcionarios del Sebin.
Pero nadie se lo dijo a Rory.
Aquella tarde de la detención, esos mismos hombres de negro volvieron a la urbanización a allanar la vivienda. Alejandra estaba ahí. Atareada, llamaba a organizaciones como el Foro Penal, que acompaña jurídicamente a los presos políticos en Venezuela; y llamaba a todo el que ella pensaba que podía ayudar en algo.
En medio del atolladero, lo que más le preocupaba era la mamá de su amigo, la doña Cheryl Ann Branker, a quien todos llaman cariñosamente Ana. Tiene 75 años y hace dos años sufrió un evento cerebrovascular. Desde entonces su salud es muy frágil. No lograba procesar lo que sucedía a su alrededor, por qué esos hombres entraban a revolcar su casa:
—Pero, ¿qué fue lo que hizo mi hijo? ¡Él no ha hecho nada! ¿Dónde está? ¿Por qué no llega? —preguntaba.

Marcos les pidió a los funcionarios del Sebin que hicieran las cosas con calma, les explicó que Ana no estaba en pleno conocimiento de lo ocurrido. Aunque ella había recibido la noticia, no lograba asimilarla. Después de revisar cada rincón de la vivienda, los hombres armados se llevaron tres computadoras, tres teléfonos móviles y otros objetos personales de Rory.
Esa noche, los abogados del Foro Penal le recomendaron a Alejandra esperar hasta la mañana siguiente para formular la denuncia ante la Fiscalía General venezolana, y empezar a recorrer centros de reclusión para precisar el paradero del periodista.
“Es muy pronto para saberlo”, “No podemos averiguar mucho porque nos metemos en problemas”, “Hay que esperar”. Esas eran las respuestas de gente con ciertas fuentes dentro de las esferas de poder del chavismo a las que Alejandra logró tener acceso.
Ella también se comunicaba con una hermana de crianza de Rory, para que estuviera al pendiente de la señora Ana, mientras el resto de la familia se encargaba de movilizarse haciendo cuanto trámite legal les decían que hicieran.
Unas 18 horas después de la desaparición de Rory, en la sede del Sebin en El Helicoide y en la Zona 7 de la Dirección General de Contrainteligencia Militar decían lo mismo: “Aquí no está”, “No tenemos información”.
Con el apoyo de la organización Provea, intentaron introducir un habeas corpus —un recurso legal que permite a una persona solicitar su libertad si considera que ha sido detenida ilegalmente, y este pueda comparecer ante un juez si es el caso—, pero no fue aceptado.
Pasaron seis días. Seis días sin ninguna información. Entonces llegó un dato. Más bien un mensaje: en su programa semanal, que conduce a través del canal del Estado, Diosdado Cabello mencionó a Rory Branker:
—Alberto Ravell está muy preocupado por Rory Branker (…). Está moviendo sus antiguos tentáculos para montar matrices comunicacionales contra el gobierno. Dile a Ravell que tranquilo, que lo estamos esperando con ansias. Ravell debe rendir cuentas por todo el dinero que manejó cuando estuvo al frente del CCN durante el llamado interinato. También debe explicar cómo vivía de la Usaid —leyó de una supuesta carta anónima que le llegó.
Alejandra entonces pensó en una hipótesis: quizá todo esto es una suerte de venganza contra Ravell, y con lo que significa un medio de comunicación.
Durante los años del chavismo, sobre todo en el transcurso de los más recientes con Nicolás Maduro al frente, el ejercicio periodístico ha sido perseguido y criminalizado. LaPatilla.com no ha escapado del hostigamiento. De acuerdo con un informe del Instituto de Prensa y Sociedad (IPYS Venezuela), solo en 2024 se registraron 571 violaciones a las garantías informativas de periodistas, medios, activistas por los derechos humanos y miembros de la sociedad civil. Ese mismo reporte precisa que 11 reporteros tuvieron que salir de Venezuela tras amenazas de posibles arrestos.

Alejandra, que hizo una maestría de periodismo digital con Rory, se ha tenido que ocultar desde la detención de su amigo. Muchos archivos de trabajo y personales que compartían, se encontraban en las computadoras que se llevaron los funcionarios del Sebin en el allanamiento.
Por seguridad, a doña Ana también la sacaron de su casa y la llevaron a otra en la que estaría más segura. Ahí está con el hermano de Rory —quien recientemente regresó al país— y con otra amiga.
Doña Ana no deja de preguntar por su hijo a diario.
—¿Cuándo volverá Rory?, ¿a dónde fue? —insiste.
—Pronto, mamá. No te angusties. Pronto.
En verdad, esa y las demás respuestas que se les ocurre darle son vacías. Nadie sabe cuándo volverá Rory. Ha transcurrido más de un mes desde que se lo llevaron y nadie sabe con certeza dónde lo tienen. Nadie ha logrado verlo. Nadie sabe de qué lo acusan, pues, hasta donde saben, ni siquiera le han hecho la audiencia de presentación. Rory Branker es víctima de una desaparición forzada.
A la familia le ha llegado el rumor de que se encuentra detenido en Maripérez, que “está bien, comiendo” y que “no ha sido golpeado”. Pero son eso: rumores, posibilidades, nada certero.
Por este caso se han pronunciado organismos como la Federación Internacional de Periodistas, el Knight Center for Journalism in the Americas y la Relatoría Especial por la Libertad de Expresión de la CIDH. El Colegio Nacional de Periodistas, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa y organizaciones como Espacio Público no paran de recordar que Rory está desaparecido. Con él, son 12 los periodistas y trabajadores de la prensa detenidos en Venezuela antes y después de la elección presidencial del 28 de julio.

Los amigos cercanos y ex compañeros de Rory —muchos de los cuales migraron porque saben que Venezuela es un terreno difícil para ejercer el periodismo— hacen lo posible por seguir alzando la voz. Dentro, son pocos los que pueden hacerlo. Y es algo que Alejandra lamenta pero que entiende: sabe que ellos también corren peligro. Muchos cuentan que Rory es un buen amigo: inteligente, honesto y siempre dispuesto a tenderle la mano a quien lo necesite.
“¿Estás bien?, aquí estoy por cualquier cosa”, le llegó a escribir a amigos, a las 4:00 de la mañana, cuando sabía que la estaban pasando mal. Alejandra insiste en que son detalles como ese los que dibujan a su amigo. No quiere que se olviden de él, de que está preso, de que está desaparecido.
Ella había estado esperando “lo peor” desde aquel jueves que no recibió la llamada de Rory. Creyó que en cualquier momento darían una noticia fatal sobre él. Sus presentimientos se calmaron al escuchar a Cabello mencionarlo, porque sintió que, al menos, era un indicio de que sigue con vida.
Un familiar acude a diario a los tribunales para tratar de obtener información, y nada. Se regresa sin respuesta alguna. “Su vida podría estar en juego y ni siquiera lo sabemos. Lo peor podría estar por venir y no sabemos ni cómo estar preparados”, dicen sus allegados.
Doña Ana a veces cree que Rory está en su habitación o en la cocina, hasta que recuerda que no, que no ha vuelto. Que no saben donde está detenido. “Esta situación me está matando”, “¿realmente no saben dónde está?”, le insiste a Alejandra.
Hace pocos días, doña Ana fue a uno de los centros de reclusión a ver si le daban alguna pista. Pero le tocó devolverse sin respuestas.
Por eso se sigue haciendo la misma pregunta: ¿dónde está mi hijo Rory?
*Algunos nombres en esta historia fueron cambiados por razones de seguridad.
*El periodismo en Venezuela se ejerce en un entorno hostil para la prensa con decenas de instrumentos jurídicos dispuestos para el castigo de la palabra, especialmente las leyes «contra el odio», «contra el fascismo» y «contra el bloqueo». Este contenido fue escrito tomando en consideración las amenazas y límites que, en consecuencia, se han impuesto a la divulgación de informaciones desde dentro del país.
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